Capítulo 2
(...) no supo qué decir ni qué hacer, se quedó paralizada. Por un momento el tiempo se detuvo. Tic, tac, tic, tac, el péndulo del viejo reloj de madera taraceada seguía marcando los segundos, tic, tac, tic, tac. El chisporroteo incesante del fuego no se había detenido seguía allí, bailando en la chimenea de ladrillos rojos que tantas veces había servido de marco para las escenas hogareñas: tardes de cuentos, de historias, de tartas y chocolate caliente, de risas, de costura, de fotos de nostalgias y tristezas, de visitas, de juegos. Cerca el gran sillón orejero de terciopelo granate, sobre él un libro, una guía de viajes, Laponia. Ese era el lugar que Pepa había estado visitando esa tarde, Laponia. ¡Cómo anhelaba que fuera real!. Con Athos a sus pies se había imaginado en un trineo tirado por robustos renos, rodeada de nieve blanca y fría y Athos corriendo a su lado. Siempre imaginaba a Athos junto a ella. Entonces se percató que también él la acompañaba ahora, allí, a su lado, como siempre, cuidándola, velándola, como había hecho desde que nació, o más bien desde que fue concebida, porque ya lo hacía entonces. Apoyaba su pesada cabeza en el regazo de Anna, la madre de Pepa, intuyendo que se gestaba una nueva vida en ese vientre, tan cerquita que casi podían tocarse a través de la piel. Fue él el primero que sintió las alas de mariposa, antes incluso que la madre de la criatura. Durante toda la gestación Anna pensó que la acompañaba a ella, ¡cuanto amaba a ese perro!, casi tanto como él amaba a la niña, con ese amor incondicional que sólo ellos son capaces de sentir.
Anna era una extraña mujer. Melancólica, introvertida, cayada... feliz. Desde luego en nada se le parecía Pepa. Era una buena madre (¿no lo son todas?). Siempre estaba por las mañanas para recibirla con un beso. En esa cocina fría, porque allí no había chimenea y era tan grande que la lumbre del fuego no era suficiente para calentar la estancia. Unas tortitas con mermelada de arándanos, una leche con canela, unos bollos recién horneados, el olor...ese olor era el de su madre, caliente, dulce y acogedor. Tarta de manzana, dulce de leche, flan con galletas, fuerte te negro, bizcocho de chocolate, café solo o con leche...a todo eso olía su madre. No la olía Pepa ahora. Ella dormía arriba, hacía tiempo que se acostó. Se dormiría como siempre, leyendo unas líneas de ese libro interminable.
El tiempo seguía detenido, ni un segundo había pasado, a pesar de que el reloj continuaba cadenciosamente marcándolos. Y allí estaba él "con su eterno traje rojo, regordete, con su cuidada barba blanca y el enorme saco viejo con el que soñaban todos los niños" mirando a Pepa. A la vez sorprendido y divertido. Una sonrisa picarona se había dibujado en su cara al saberse cazado. ¿Qué haría ahora? Lentamente, todo lo lento que pasa el tiempo cuando no pasa, él se enderezó. Entonces pudo la niña admirar su magestuosa figura. Nada más lejos de un viejecito endeble y huesudo como su abuelo, a pesar de que contaba con muchos más años que el a sus espaldas. Un hombre corpulento se alzaba ante ella. Su mirada perspicaz y bondadosa quedaba casi escondida detrás de un poblado bigote y su sonrisa, esa que tenía dibujada se revelaba tras la poblada barba blanca.
Damm, damm, damm...el reloj marcaba la hora y Pepa, con ese sonido, recobró la consciencia, al final se había quedado dormida.
Damm, damm, damm...el reloj marcaba la hora y Pepa, con ese sonido, recobró la consciencia, al final se había quedado dormida.
Athos seguía durmiendo plácidamente a su lado, con ese ronquido casi imperceptible para todos excepto para ella, era su mantra, la hacía sentir segura sabiendo que estaba cerca. Se quedó despierta, desvelada, escuchando atentamente, intentando captar cualquier mínimo movimiento en la casa. Una briza suave y fría se colaba por la rendija de la ventana que no había quedado bien cerrada. Pepa dudaba si levantarse a cerrarla o no. Hacía frío fuera del cobijo del edredón de Patchwork que su madre había cosido para ella, pero algo la impulsó a salir de la cama justo en ese momento. Y al mirar por la ventana...
El blog elegido para continuar con la cadena de "La sonrisa de Pepa" es Bloguenado de mi peque y otras cosas. Escrito por Mo, una veterinaria genial que nos muestra un poquito de su vida y la de su cachorro en cada entrada, con una forma natural y divertida de contar las cosas que engancha. La próxima será ella, pero vendrán muchos más, o así lo espero.
Wwwwoooowww!! me encantaaa!! una descripción de todo INCREIBLE!! gracias por seguir la cadena!!
ResponderEliminarBsos!! :-D
*La Petiua Tina*
Me ha encantado, estoy enganchadaaaaa :) !!
ResponderEliminarOoooooooooooooooooo! Qué bien escribes, me encanta.
ResponderEliminarUn besazo y feliz viernes!
Preciosísimo!!! lo he leído con fruición y me he ido corriendo a leer el primer capítulo. Lo sigo emocionada. ¡¡¡Felicidades!!!.
ResponderEliminarMuchos Besotes!!!.
Ohhhhh! Pero qué iniciativa tan bonita!!! Me ha encantado!
ResponderEliminarYo también lo seguiré emocionada :-)
Un besote!