El poder del abrazo

Estábamos felices de cómo habíamos pasado el fin de semana en Barcelona. De cómo habíamos sido capaces Mo y su marido y el mio y yo de gestionar los desencuentros entre nuestros enanos y las explosiones propias de cada uno. Si señor...muy contenta. Lo habíamos hecho MUY BIEN

Y éte aquí que cuando iniciamos el regreso y ya estábamos volando y no tengo ni idea de porque motivo, ahí el nene empezó a gritar y llorar...ni idea de cual fue el detonante. El estaba en la ventanilla y yo a su lado. Estábamos en el tiempo de tener puesto el cinturón de seguridad así que no podía hacer mucho, hablarle no solucionaba nada. Se dedicaba a pegarme y pegarme y yo no tenía capacidad de maniobra, me estaba haciendo daño. Si le intentaba sujetar las manos se ponía a gritar que le hacía daño. A pesar de que en momentos así estoy tan centrada en nosotros que me olvido del entorno, esta vez si se me pasó por la mente el numerito y la impresión que pudiéramos estar dando. Se me ocurrió coger una revista y ponerla en plan parapeto. Esto parece que lo enrabietaba más aún. Y no hacía más que buscar la forma de pegarme mientras gritaba...¡¡¡me quiero bajar!!!...

Al final, en un momento de lucidez de repente me eché sobre el reposabrazos y lo abracé. Lo acogí y le hice llegar el amor que por el siento...fue algo mágico, instantáneo. Se calmó de forma inmediata y se quedó dormido en un momento.

No pudimos más que maravillarnos del poder de un abrazo y de cómo algo tan simple solucionó el mal que lo aquejaba, si bien nunca llegamos a saber cuál fue.