Si me hubieran dicho que alguna vez me gustaría pintarme las uñas de los pies de rojo lo habría negado rotundamente. Azul, morado, mint...¿rojo? jamas. Pero todo llega y llegó.
Vino a coincidir con el día que me encontré con una cana en la ceja. De ahí a tenerlas abajo va un paso.
Fue más o menos cuando aprendí a decirle patata al móvil, me vi en una foto y no me reconocí. Yo no era aquella que veía. No era una cuestión de arrugas, no, eran mis rasgos. Esa no era mi nariz, mi sonrisa ni mis ojos. ¿Dónde estaba yo?
Entendí entonces eso que deben sentir los ancianos cuando sintiéndose jóvenes de pensamiento y espíritu, su cuerpo no les acompaña.
No me percaté de esas diferencias al mirarme en el espejo cada día. Las prisas no me dejan verme. Maldito autofoto que me hizo darme cuenta que no soy la misma que era. Bendito autofoto que me hizo pararme a pensar y tomar conciencia que tampoco soy la misma por dentro.
Ahora me pinto las uñas pintadas de rojo y me gusta.
Hola. me encantó tu reflexión porque me pasa igual. Me siento joven pero al verme en un espejo ya casi no me reconozco... me hago mayor y no soy consciente. Ya veo que tu zanjaste el tema pintándote las uñas de rojo por primera vez... creo que te copiaré la idea. Seguimos en contacto
ResponderEliminarEres una Crack!!!. Yo tampoco me reconozco porque la mayoría de las veces me siento y me..., como diría..., me "habito" como mucho más joven, y de hecho mucha gente me trata como "pequeña ... es curioso...
ResponderEliminarPero con tu entrada he pasado de la risa ("de ajo a tenerlas más abajo va un paso") a atención y reflexión... Si amiga, son lugar a dudas me gustaría envejecer pudiendo mantener este tipo de conversaciones contigo en torno a un recitó y unos libros ;^).
ReMuacksssss!!!.