Miedo y pena, pena y miedo

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Llevo unos días de ahogos, de inseguridad, de miedo. Miedo de lo que soy, miedo de en lo que me estoy convirtiendo. Cada día es un reto, no, ¿qué digo?, cada día no, cada segundo, porque sólo hace falta eso, un segundo para que ese niño dulce se convierta en un monstruo y yo cada vez más colmada de ira, de impaciencia, de hastío, me vuelva como él.

No me siento culpable, me siento desbordada, sin recursos. Regodeada en mi pequeñez ante el problema. Me siento frustada por no poder resolver esos estallidos suyos, porque yo estallo con él, más que él, porque ya no sé qué hacer cuando nada funciona. Y me da pena, mucha pena la espiral en la que estamos metidos. Porque mientras todo va bien, todo va bien, pero cuando explota, cuando grita, cuando agrede...yo exploto, grito, agredo, sí, le agredo, porque cogerle del brazo con malos modos que muchos no consideraran una agresión, yo sé que lo es, siento que lo es. Todo lo que implica violencia lo es y en esos momento hay violencia incluso en mi mirada. Y me da miedo y pena, pena y miedo. Porque sólo él influye de esa forma en mi, solo él, mi hijo, a quién más amo, el que me lleva a ese estado. No hay cansancio acumulado, no hay estrés laboral, no hay enfermedades ni grandes problemas...sólo es él, su comportamiento, que quiero pensar que es el natural de su edad. Y pienso que no es justo que le eche a él la culpa de mi incapacidad, que no tengo derecho a hacerlo, que es una carga demasiado pesada.

Y me da más miedo aún porque en sus estallidos me siento reflejada. Cuantas veces mi madre me ha echado en cara que sea tan amable con todos menos con ella. ¿Pero no somos todos así? ¿No es siempre una regla inversamente proporcional, a más desconocido mejor cara? 

Así que así vivo los días, las horas, los minutos, contando cuantos llevamos sin explotar, cuantos llevamos siendo dulces y encantadores. Me siento feliz cuando van pasando, cuando creo que cerraremos el día con un balance positivo pero entonces ¡zás! se rompe la magia.

Entiendo mi imperfección, no me juzgo por ella (soy benévola conmigo misma) sólo quiero serlo al menos un poquito menos cada vez. Encontrar las palabras, encontrar los recursos, ser capaz de aplicarlos, encontrar ese estado zhen del que nada ni nadie pueda moverme, saber qué decir, qué hacer, ser capaz de dejarlo todo por él, de entenderlo, de satisfacerlo, de saber llegar a él. Ese es mi propósito, mi meta, ser en definitiva, mejor.

Nos seguimos reconciliando en el pecho, en ese momento tan nuestro en el que nos hacemos uno sólo. Nos reconciliamos en abrazos de perdón mutuo y verdadero. Nos reconciliamos aliento con aliento mientras dormimos juntos los tres, en todos esos instantes nos amamos por encima de todo, en los otros momentos, no tanto.

Justo uno de esos días de máximo ahogo, que no es hoy que escribo estas reflexiones, me encontré con lo que más necesitaba, con otras tantas mujeres hablando de sus "miserias" en este mismo sentido. Aquí las recojo porque hace bien leerlas

Buceando en mi 

La mamá de Sara

Criar en contravía aquí y aqui